Hoy, buscando entre la arena de la playa he encontrado una botella. La he levantado y, a contra luz, he mirado en su interior. Dentro se podía divisar un trozo de pergamino. La he abierto cuidadosamente para no estropear el trozo de tela. Desplegado el pergamino, he podido leer el siguiente mensaje, al parecer, escrito con manos temblorosas:
Si mis fuerzas y mi memoria no me fallan, hoy es el día del Señor 20 de julio de 1.683. Soy un náufrago que está en verdaderos apuros por lo siguiente y que intentaré redactar brevemente.
Reina Isabel, mi galera, zarpó desde el puerto de Sevilla hacia las Américas el 6 de junio de 1682. Tras meses de navegación, divisada la costa, una tormenta nos hizo una desagradable visita lo que llevó al capitán a realizar tremendas maniobras para que la nave no perdiese su rumbo. Por lo visto, falló en sus cálculos y, con vientos huracanados, abundante lluvia y fuerte marea nos perdimos por la inmensidad del Océano hasta estrellarnos contra escollos de algún islote que aparecieron de la nada. Todo se perdió en un instante.
De pequeño, mi padre, siempre me había llevado con él. El mar era nuestro medio de vida y subsistencia. Con él aprendí a nadar y gracias a él y a sus enseñanzas salvé mi vida.
Desperté en las dulces aguas de una pequeña playa de una isla que desconozco su nombre y su posición geográfica. Por el momento, estoy vivo gracias a Dios.
Durante estos largos días mi dieta ha sido y es muy variopinta. Primero, algunos alimentos que llegaron embalados hasta la playa. Después, plantas que creía que eran comestibles. Y ahora, fruta y más fruta. Mi preocupación primordial es mantener mi vida hasta que alguien venga a por mí, un anhelo que no se hace realidad desde ya hace más de un año, y una empresa que parece tiene los días contados. Sin nada con qué poder fabricar algún utensilio que sirva para la pesca o la caza, la fruta se acaba y con ella mi vida, si Dios no lo impide.
Si alguien encuentra esta botella y con ella este mensaje por Dios pido que ponga la máxima diligencia en localizar mi posición, cosa que sé es difícil de llevar a cabo pues no hay rastro o vestigio alguno que pueda indicarle dónde estoy con exactitud.
Así que dejo en manos del azar, pero confiando con la compasión de Dios Todopoderoso, el destino de esta botella la cual será lanzada al mar para que sea encontrada por piadoso capitán de barco que al leer estas letras, apiadado de mi situación, venga en mi búsqueda.
Releo una y otra vez este mensaje mientras mis lágrimas se derraman lentamente por mis mejillas. La decepción invade mi cuerpo. Ahora sé que no hay salvación alguna. Hace meses que lance esta botella al mar pensando que alguien la encontraría. Las aguas me la han devuelto para dejar bien claro que mi destino está en esta isla. Y seguramente mi muerte. Subsisto con una escasa dieta basada en agua, tallos de hierbas y algún que otro insecto mientras que animales que podrían servir como sabroso manjar para mi vacío estómago se mofan de mí mientras observan cómo recolecto la misma clase de hierbas que ellos eligen para formar su pitanza diaria. Mis fuerzas menguan cada día y mi energía desaparece entre la piel y el hueso de mi exánime cuerpo. La botella y su mensaje eran mi única esperanza.
No tardaré en morir.