Un viento desabrido del norte da extrañas formas a mi cabello mientras efluvios de miedo, desesperación, incluso de respeto, podría decir, cabalgando por el aire gélido penetran por mi nariz. Son los hombres que me rodean lo que hace que mis sentidos estén al máximo. Nada los perturbará. Nada interferirá en mi concentración.
Presento mi sable y miro fijamente su hoja. Reluce. Sus destellos invaden mis pupilas dándome confianza. Es un acero que vive por la lucha. Es un acero que se alimenta de la muerte. Es un acero que responde a mis peticiones sin pedir nada a cambio más que el cuidado de su filo. Es un acero forjado exclusivamente para hombres guerreros, maestros de la esgrima.
Escucho el fino sonido de un fugaz movimiento que delata que alguien comienza el ataque. La espalda es mi punto flaco. Lo saben. Me demuestran que me temen y que quieren terminar pronto; y con las mínimas bajas, por eso la irrupción traidora.
Relajado, muevo mi cuerpo temerariamente hacia un espacio que considero óptimo y realizo un giro sobre mi eje para finalizar con un compás extraño*. Clavo la pierna trasera y lanzo un corte transversal, forzado, guiado por la cadera, que hace reclinar a mi oponente al cortarle su abdominal.
Con un movimiento de reducción*, dejo mi guardia en el centro, a la espera. Mirando al cielo, detengo mi ímpetu combatiente para oír su respuesta.
Nada vale la pena. Nada tiene sentido. Nada ocupa mis pensamientos. El vacío se expande por mi mente.
Sobrevivir.
Es por lo único que lucho.
Cae un hierro recto en tajo diagonal al que le dedico tan leve oscilación de mi cuerpo que puedo ver la amenazante punta pasar por delante de mi rostro.
Se detiene el tiempo. Se detiene el espacio. Puedo notar el glorioso floreo* impregnado por un poderoso brazo guía, el cual, al ver el error, lo transforma, lentamente, en turbación para pasar posteriormente al de decepción y finalizar sumergido en el terror al darse cuenta de su fatídico desacierto.
Le confirmo su sospecha clavándole mi sable en sus entrañas con una estocada de puño*.
El espliego baila al son de la música de ritmo desacompasado que le impone el gregal y su aroma invade todo mi cuerpo haciéndome estremecer.
Saber que todo lo puedo perder. Saber que pueden desaparecer estas sensaciones me hace ser más precavido. Mi vida depende de mi técnica.
Permanezco a la espera de un nuevo ataque deseando que sea el último. Que abandonen su propósito, es lo único que anhelo.
Mantengo la guardia, relajo mi cuerpo, hundo mi corazón, y aunque parezca extraño, lamento sus muertes.
Mi respiración es profunda.
Oigo el batir de unas alas. Son una pareja… Tórtolas o palomas seguramente. Reconozco su velocidad y el sonido característico de su aleteo. Me emociono, son el símbolo de la paz. Pasan por detrás a una buena velocidad y se pierden en la profundidad del bosque. Algo bello en estos deprimentes y tensos momentos.
Ahora, llega otra verdad. Chocan los aceros.
Maniobro hacia su izquierda y ataco. Esquiva el corte con paso atrás. Hundo mi hierro en su pecho aun con el gusto del amargo acíbar que deja la muerte en mi paladar.
El alma de mi sable se empapa de sangre. El calor de aquel cuerpo empaña su brillo, pero él sale satisfecho cortando músculos y huesos mientras le exijo velocidad.
Otro implacable acero alcanza mi brazo izquierdo hiriendo mi cuerpo, zahiriendo mi espíritu. Es el precio que he de pagar por mis anteriores aciertos.
Me preocupa su ventajosa posición.
Me retiro con rápidos pasos y con movimiento natural*, para hacerle creer que dejo a su alcance parte de mi cuerpo visiblemente herido. Creerá que tiene una favorable ventaja.
Arremete contra mí con fuertes embates de un sable que ha sobrevivido a infinidad de combates. Está escrito en su hoja. Merece mi respeto, aunque he de convencerle de que la victoria le será difícil.
Con cuerpo viejo, lucha como los jóvenes: violenta y temerariamente. Su técnica, es refinada. Su táctica, inteligente. Sus pasos, vigorosos. Sólo el fracaso le hará perder.
Rasgo una de sus piernas. Comienza su marasmo mental.
Quisiera perdonarle. Quisiera preguntarle si tiene familia. Quisiera preguntarle… Pedirle que se fuera. Le prometería que pregonaría que no fue un cobarde. Que fue uno de mis mejores contrincantes. Que demostró que, vivo, podría ser más útil en este mundo. Perder sus conocimientos en los abismos del averno dándole muerte sería la acción de alguien descerebrado que no reconoce lo que es bueno. Enseñar su técnica a principiantes, sería un noble propósito. Despreciarla y perder su vida, una lástima. Por desgracia, más veces ha pasado.
Se hunde en la lucha e intenta demostrarme lo que yo ya sé y doy por seguro.
Detengo sus ataques. He de mantenerme firme en mi único propósito: sobrevivir.
Hoy, conocerá quién le va a dar muerte.
En la encarnizada lucha me ofrece una situación ventajosa al descubrir un trozo de su cuerpo. Contesto con un revés rasgándole parte. Se detiene y, desvergonzada y atrevidamente, da unos pasos hacia delante para punzarme. Es su última maniobra y un error que me deja desconcertado.
¿Se habrá equivocado? Herido, ¿habrá confundido los movimientos?
Con una parada general* finto y utilizo el giro de mi sable para rasgarle el cuello. Herido mortalmente cae sobre sus rodillas mientras yo lo miro fijamente.
Le pediría perdón, pero para ese hombre, ahora, lo mejor es que sepa que ha luchado feroz y hábilmente. Que merece mis respetos.
Se lo hago saber.
Su rostro, cambia por completo. Las comisuras de sus labios dibujan una leve sonrisa. Muere feliz mientras sus párpados se cierran lentamente para buscar la tranquilidad que ahora necesita. Sabe que lo ha hecho bien y que su honor no quedará mancillado.
Respiro profundamente. Todo ha acabado y yo, una vez más, sobrevivo.
Miro mi sable. Lo limpio con sutiles caricias que dedicaría a la más bella de las mujeres. Él, ha cumplido su cometido. Su espíritu, como el mío, son espíritus gemelos, son espíritus guerreros que posiblemente en un futuro se extinguirán para pasar a formar parte de la historia que se dedicará a los maestros de la esgrima.
El viento, acaricia mi rostro, lo que me recuerda que la victoria forma parte de un todo. De un conjunto que me permite saborear los placeres mundanos a los que, a veces, les doy poca importancia. Me pregunto cómo evitar la lucha y no encuentro respuesta. Sé que la guerra, también forma parte de ese todo y aunque a veces interpelo a la paz nunca he podido evitar el combate.
Un día, todo se acabará.
- Compás extraño: Paso que se da y empieza con el pie izquierdo, retrocediendo.
- Movimiento de reducción: El que se hace retirando el arma.
- Floreo: Vibración o movimiento de la punta de la espada.
- Estocada de puño: La que se da sin mover el cuerpo, con sólo recoger y extender el brazo.
- Guardia natural: El que se hace dirigiendo el arma hacia abajo.
- Parada general: Movimiento circular y rapidísimo de la espada.