La carne tierna ha cedido ante la brutal dentellada que su afilado acero me ha proporcionado subrepticiamente.
Con un dolor lacerante, caigo de mi montura.
Los espíritus de mis enemigos se mofan al verme herido. Son espectros que deambulan de aquí para allá, persiguiéndome. Ahora, observarán la batalla. Yo, aguantaré sus risas. Soportaré sus insultos.
Esperan mi derrota.
Intentaré defraudarles, aunque mi final sea el mismo: el infierno.
Me alzo, desenfundo mi sable y me pongo en guardia. El frío espíritu de acero de mi noble arma me da fuerzas.
Paso al ataque. Merece castigo por su traidora celada.
Trazo la hoja de mi sable por un espacio denso, húmedo, dirigiéndolo hacia su cuerpo.
Hace mucho calor. El Sol, abrasa.
Corto el aire espeso y, con una fina caricia, realizo un pequeño giro que pasa inadvertido para mi enemigo. Hundo el filo de la punta, zambulléndose en los pliegos de su ropa y, aunque pienso en mi sorprendente y rápida victoria, sus movimientos me afirman que no he acertado ni a tocar sus carnes.
Comienza el choque chispeante de hierros guiados por dos figuras abstractas, con paraje verdoso como fondo, que hacen muestras de sus molinetes, fintas y contras en un compás que parece ser pactado para llevar el acertado ritmo de un enfurecido baile peleón.
La contienda tiene que cerrarse con el lacre ensangrentado de su derrota, aun lo difícil que, seguro, me lo pondrá. Lo doy por cierto.
Es un maestro de la esgrima como yo, seguro, su técnica lo delata. Pero su maestría se ha visto enturbiada por dos errores. Aunque preparó una buena emboscada, su fracaso fue debido al no saber elegir hora y terreno, puntos a tener en cuenta en toda lucha. La indiferencia* de este terreno ha hecho que quedemos atrapados. No hay escapatoria posible. El final es incuestionable: sólo uno saldrá con vida.
¿La rendición? Posiblemente, aunque no lo creo. Ha venido a obtener la victoria a toda costa. Y con ello, la fama.
En cuanto a la hora, si hubiese elegido el atardecer se hubiese encontrado con el Sol a su favor. Debido a mi posición, el Sol cegaba sus pupilas por eso el error cometido en el ataque. Aunque me hirió gravemente.
Dos puntos que han actuado a mi favor. He de aprovecharlos.
De todos modos, él, ha hecho la elección del paraje y del momento. Si hubiese elegido yo, ahora marcharía tranquilamente hacia mi destino.
Desprecio toda lucha si no es por algo honorable. Ganar a un maestro, ¿eso tiene honor? Honroso es salvar a una damisela… a sus hijos. Honroso es luchar por una gran causa. Honroso es sobrevivir a este mundo. Pero ganar fama y batirse contra otro amante de la esgrima, eso es traicionar nuestros principios. Aquí, gana la vanidad y el ego, nada más. Si por mí fuera, le daría la victoria, pero no se la merece. Me ha atacado a traición y eso lo pagará caro.
Decido mis pasos al ver sus movimientos.
Le sorprendo con un compás trepidante* cortando el círculo que intenta hacerme con pasos cortos y rápidos para ganar mejor posición. Realizo una treta de llamada* lo que aprovecha para lanzarme una estocada. Desvío su acero con una treta de manotada* y acierto en sus carnes.
Paso por su costado mirándole de reojo. Está herido. Es leve. No descuida su defensa.
Vuelve al ataque, ahora enfurecido, ahora endemoniado, lo veo en su rostro el cual contiene una expresión de desafío.
Utilizará su mejor treta. Seguro.
Con una parada detengo su embate.
Dibuja una leve sonrisa traviesa, lo que me delata que he caído en un error.
Maniobra con su empuñadura y separa mi hierro. Realiza un cuarto de conversión* y con una extraña pero sutil artimaña surgida de una fantástica creación rasga parte de mi costado.
Letalmente herido, me desplomo quedándome en genuflexión como si le mostrará mis respetos, en señal de reverencia por su acierto.
Defenderé mi vida hasta que no quede posibilidad alguna de sobrevivir. No sé si lo sabe, pero en breve lo verá.
Sólo una vez estaré en este mundo. He de extinguirme por viejo y no por desacierto. He de ser capaz, como tantas veces, por desgracia, de mantener el temple y saber salir de esta situación.
De las heridas brota incesantemente cálida sangre, lo que enerva mi cuerpo. Las fuerzas me fallan y mi mente se pregunta si podré salir de ésta. Cargo el peso de mi cuerpo en la rodilla que se hunde entre las hierbas mientras mi respiración se vuelve profunda, angosta.
¡Vienen a por mí!
Me encomiendo a Dios por si está es la última vez y le pregunto: ¿ya ha llegado mi hora?
Glosario:
Indiferente: Aquel en que uno puede quedar encerrado junto con el enemigo. Sun Tzu. El arte de la guerra.
Compás trepidante: El que se da por las líneas que llaman infinitas.
Línea infinita: La recta y tajante al círculo de la planta geométrica.
Treta de llamada: La que se emplea amagando un golpe distinto del que se piensa dar, y descubriéndose para incitar al contrario a que ataque.
Treta de manotada: Aquella que el diestro, valiéndose de la mano izquierda, separa rápidamente la espada del contrario, para herirle sin riesgo.
Cuarto de conversión: Movimiento que se hace girando hasta una cuarta parte del círculo.