martes, 23 de marzo de 2010

Conversación con la Muerte.

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89 años de servicios tengo, pues naciendo, sirves a tus padres; creciendo, te sirves a ti; y envejeciendo, a los demás. Aquí estoy, tumbado en una cama de hospital, casi exánime, con boca abierta babeante y mi corazón latiendo sin intensidad y por obligación. Me llevan por los pasillos hacia la sala de rayos. Ya no sé qué quieren ver más. Todo está muy claro. Conducen mi cama con guasa y aires desenfadados dos camilleros jóvenes, uno barbilampiño, otro escuálido que ni idea tienen por lo que estoy pasando. Hablan entre ellos sin pudor ni miramientos mientras pasean mi imagen moribunda por las diferentes salas del aciago edificio. Los visitantes me observan atónitos. -Algún día os tocará-. Alguno desvía su mirada pensando lo que yo doy por seguro. Llegará de un momento a otro. Me dejan en la sala esperando a que alguien se vuelva hacer cargo de este cuerpo inservible, enjuto, rígido y lacio.
- ¿Qué es esto? -Oigo un extraño ruido acompañado por una música que se asemeja al réquiem de Mozart. No pensaba que sería así. Parece el final trágico de una escena teatral en el que el protagonista y el público saben como acaba.
¡Lo será! Aquí está: figura negra, con extraño olor a cenagosa tierra, y con caminar pesado. Sus piernas haciendo surcos arrastrándose por el pasillo. Llega sin rostro, pero con voz. Se me presenta. 
- ¿Qué quieres espectro lóbrego? 
- A ti.
- No puedo venir contigo. 
- ¿Por qué? 
- Aún tengo algunos trabajos pendientes. 
- Otros se encargaran. 
- De estos, no.
- ¿A cuales te refieres? 
- Mi familia, me necesitan. 
- Todos decís lo mismo en cuando me veis. No hay excusas. Se acerca la hora en que he de llevarte al tormento del juicio final.  
- Pero… tengo nietos, hijos, sobrinos… Aún les hago servicio. No seas tan severa. 
- ¡Estorbas! No lo ves. Estás solo, nadie te quiere. 
- Tienes razón. Si muriendo se terminan las angustias, las punzantes preocupaciones y comentarios molestos, llévame.
- Te llevaré. 
- ¡Detente! No tengo tanta prisa. Antes dime: ¿qué pasará? Es la primera vez que esto me ocurre. Quiero información. ¡Tengo derechos! Seguro que las leyes divinas que regulan la muerte lo indican en alguno de sus capítulos. 
- Te responderé por tu estúpida, atrevida e ignorante afirmación. El viaje: es inevitable. Llegado ante el tribunal, si deciden que tus actos terrenales no han sido de los que se han de llevar a cabo para ganarse el paraíso, te entregaré al tormento de las llamas sulfúreas y correosas del infierno.  
- ¡El infierno! ¡Existe!
- Allí te castigarán, te fustigaran y te harán sufrir lo impensable. 
- ¡Más aún! ¿Mi estancia en la Tierra no ha sido ya suficientemente tormentosa? Perdí a mi mujer en un accidente; me arruiné varias veces perdiéndolo todo; mis hijos me abandonaron en el asilo; veo a mis nietos una vez al año; aquí, me han dejando sumido en el olvido. ¿Aún quieres más aflicción? 
- Más te darán si te lo mereces. 
- Y eso, ¿quién lo decide? 
- Los de arriba. 
- ¿Y son aptos para tal cargo y para dictar tan severa sentencia? 
- Lo son. 
- ¿Puedo rechazar ese tribunal? 
- Siempre son los mismos y nadie lo ha pedido nunca. 
- ¡Pues yo los rechazo! 
- ¡Mi paciencia tiene un límite! ¡Soy la Muerte! No me hagáis perder más el tiempo. He de llevarme a otros. 
- Ve a buscarlos a ellos primero. 
- ¡Ya estoy aquí! Ahora… ¡Vámonos! 
- ¡Detente otra vez! ¿Y la despedida? 
- ¿Qué despedida? 
- Mi familia, no les he dicho nada. 
- Ya lo verán. ¡Vámonos! 
- Ya que me voy, quiero llevarme cosas. 
- No las necesitas. 
- Espectro malvado de negro corazón, tu escaso cerebro no te deja ver los inconvenientes que tiene ir de viaje a tan extraños y lejanos lugares. ¿No ves que si voy al Infierno necesitaré cosas? 
- La única que necesitas, ya la tienes y yo la llevo: tu alma. ¡Vámonos o perderé la paciencia! 
- ¿Y te marcharás sin mí? 
- ¡No digas más estupideces, insensato! 
- Está bien… una última cosa. Dime algo que aliente mi moral, que me anime a dejar este lugar tan hermoso como es la Tierra y que haga que no me arrepiente de acompañarte dejando aquí a mis más queridos seres. Hazme ser valiente y motívame para que te acompañe. Te lo ruego como último favor. 
- Si ganas el Cielo, tendrás “El Eterno Descanso” Dicen que es maravilloso. Nadie regresa de ese sueño. Sin embargo, mírame a mí. Espectro penado, vagabundo incansable, condenado deambulante siempre protagonista de acres invectivas, finales dramáticos y constantes abucheos. No descanso ni descansaré. No tengo admiración, un abyecto respeto y un enardecido odio. ¡Amilano donde voy! Desearía irme allí, pero aún pago pena. A ti, te dan oportunidad, a mí, me la rechazan cuando la pido. A veces pienso en el Infierno como único lugar de reposo pero es caluroso, pestilente y a veces escandaloso. Odio el desasosiego. Prefiero esto, aunque a veces haya alguien que, como tú, me turbe.  
- Si lo que dices es cierto y cabe la posibilidad de que lo gane, te acompañaré triste espectro y hablaré por ti y les pediré que te tengan compasión aunque tú no la hayas tenido conmigo. Y aunque se me hace extraño desear tal cosa, ahora te pido que nos vayamos pues estoy impaciente de ver qué pasará, si me aceptaran y si me enviaran hacia donde tú voceas que vale la pena ir. No demoremos más nuestro viaje y luego no hagas que me arrepiente si me envían hacia los aposentos del mismo Diablo pues si tengo oportunidad, vendré a buscarte para atormentarte aún más. Ahora, llévame contigo y no erres el camino. El tribunal, me espera.

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