domingo, 19 de noviembre de 2023

Las Zapatillas.

 

Las estuve mirando un buen rato. Eran de una marca destacada, excelente para hacer deporte. Su logo era una original figura que destacaba en la parte trasera. Ese modelo, su diseño, me encantaba. Para hacerlas más personales, quise cambiarles los cordones. Elegí unos verde fluorescente. Destacaban sobre la totalidad de su color negro. Creo que esa mezcla de colores indicaba algo de mi personalidad. Solo hubo un problema: su talla. No se vendían en tiendas físicas. Al comprarlas online no me las había podido probar. Eché de suerte y pedí mi número. En mi primera carrera, noté que rozaban el dedo. Venderlas de segunda mano, no pasó por mi cabeza. Tenían una pequeña raspadura hecha por una roca en aquel primer día de prueba. La política de devoluciones de la tienda lo decía bien claro. Ya habían sido usadas. Al final, decidí hacer mi pequeña contribución. Fui al centro social de la ciudad y las entregué, con su caja. Me atreví a mostrarles la factura. Me miraron extrañados. Eran nuevas.

Yussamba había abandonado su país por causas que solo él sabía. En el centro de detención de inmigrantes, en su ficha, constaba “perseguido político”. Había nacido cerca de la frontera. Conocía dos idiomas. Eso le daba posibilidades. Hijo de pastores, había abandonado su familia para conocer mundo. Llegó a la ciudad. Allí, se buscó la vida hasta que recogió lo que pudo y como pudo. Le ofrecieron el “Nuevo Mundo”. Se lanzó al mar. Rescatados por un buque de carga fueron entregados a las autoridades. En Europa, visitó varios países. Desde entonces, hacía tiempo que se encontraba deambulando por el nuestro. Había estado en varias ciudades. Los ingresos a sus celdas eran como una ritualidad, una rutina. Su último abogado le había aconsejado pasar desapercibido durante un tiempo. La próxima, entraría en prisión. Él, pasaba el día como podía. Estaba acostumbrado a comer una vez al día. Los servicios sociales, comedores, albergues y otros lugares eran, muchas veces, su fuente de manutención. Tenía que dormir en la calle o ocupar casas viejas. El dinero, era otro tema. Así, pasaban sus días. Hoy, en el centro social, le habían enseñado unas zapatillas de deporte. Parecían nuevas. Tenían una pequeña raspadura. No le gustaron sus cordones. Eran de un color que destacaba mucho sobre el negro. Si tenía ocasión, los cambiaría por unos negros. Se las llevó puestas. Le sentaban perfectamente.

Se me hizo tarde. Estaba un poco mareado. Había bebido demasiado. La fiesta, había durado demasiado. Decidí dejar el coche e ir a pie. Me iría bien el aire fresco de la noche. Tampoco estaba tan lejos. Iría por el parque. Cortaría camino. Caminando, vi dos sombras sentadas en el respaldo de uno de los bancos. Una de ellas giró su cabeza. Miraba fijamente hacia mí. Escuché unas risas. Se burlaban de mi forma de andar, supongo. Llegué a su altura. Fui abordado. Aquella mirada, no me había abandonado en todo momento. Me pidió la hora. El reloj, herencia de mi padre, era de saetas. Diseño vintage. Solo lo utilizaba para las fiestas de compromiso. No veía muy bien. Dudé por un momento. Intentaba descifrar la hora. Noté un agarrón. Luego un tirón. Se abrió su cierre y desapareció de mi muñeca. ¡El reloj! Lo miré fijamente. Enfurecí. Noté otro brazo rodeando mi garganta. Luego, algo que parecía pinchar mi barriga mientras intentaba liberarme. Una fuerza me tiró al suelo. Comenzó el registro: chaqueta y pantalones. Perdí la energía. Caía saliva de mi boca. Mi mirada se mantenía firme. Los ojos se me habían quedado clavados. Las pupilas querían luz. Las vi. Las tenía delante moviéndose nerviosamente. Eran negras y con los cordones verde fluorescente. Su logo, una figura. Aquella figura. Un recuerdo, luego, una exclamación en mi mente: ¡mis zapatillas! Me entró frío. Notaba las sacudidas del registro. Inconsciente, me encontró una pareja que hacía footing a primera hora de la mañana. De no ser por ellos, igual hubiese muerto. En el hospital, me informaron de varias heridas de arma blanca. No habían tocado ningún órgano. Suerte. En el interrogatorio policial solo pude facilitar una descripción general, trivial e insustancial de los individuos. Como característica principal: zapatos negros con cordones verde fluorescente y una figura en la parte posterior.

Ante la pregunta de si los reconocería. Al menos unos, afirmé rotundamente. El del reloj, no se me quitaba de la cabeza. Su cara, grabada en mi mente. El día del juicio lo llevaron maniatado. Era el mismo del reconocimiento fotográfico. Era el mismo que me había asaltado. Era el mismo que aún llevaba las zapatillas. Habían sido mis zapatillas. Las mismas. Del reloj, nada se supo. Mi abogado me informó que Yussamba tenía una orden reciente de la Interpol. Se buscaba por delito de sangre. Tenía antecedentes por robo con fuerza, lesiones y otros hechos menores. Iría a prisión, irónicamente, con mis zapatillas de deporte. Las mismas que le delataron. Las mismas que se utilizaron para robar mi recuerdo y pincharme. Ahora, muchas dudas y preguntas sin respuesta rondan por mi cabeza.