domingo, 2 de mayo de 2010

Dia de la Madre. Crónica de un recuerdo.




Eran las 6 de la mañana, había finalizado mi turno de trabajo y con ello devuelto las horas que debía a la empresa. Por fin estaría tranquilo en casa sin estar pendiente de una llamada; por fin, durante ese año, no me molestarían más. Solo quedaban las horas normales asignadas por turnos, rotativos y en días acordados previamente.

Llegué a casa, era la madrugada del sábado. Mi mujer y mi hija estarían durmiendo. Seguro que a la primera la despertaría, siempre tiene duermevelas, nunca obtiene un sueño profundo. Como siempre, al finalizar el turno de noche, sería un momento de molestia. Me echaría en la cama y dormiríamos plácidamente. Ella se levantaría primero, y yo, más tarde, cuando me despertarse. Pero cuando llegué a casa todo fue diferente a lo normal. Ella estaba esperándome, cosa extraña. Algo pasaba. Al verme, con calma, me pidió que llamase a mi padre. Se habían llevado a mi madre a urgencias. No pudo decirme nada más. A mi padre, los nervios y la tensión del momento no le habían dejado pensar con claridad y no pudo telefonear al trabajo y preguntar por mí, ponerme al corriente o pedir mi ayuda o reclamar mi presencia. Sus reacciones le llevaron a ejercer las cosas más necesarias, simples y básicas que se exigen en momentos extremos en los que es necesaria  una inteligente intervención para prestar el auxilio necesario a una estimada persona: su esposa. Llamó a una ambulancia, era lo más inteligente y necesario en esos extremos momentos. Después, solo fue capaz de llamar a mi mujer con voz trémula, con la misma voz que me respondió a mí y con la misma voz con la que me dijo que mi madre estaba ingresada en la UVI. Hubiese destrozado aquel teléfono, pero no tenía ninguna culpa. Se detuvo el tiempo, se detuvo el sueño, pero no se detuvieron mis pensamientos y mis preguntas. Cogí la primera ropa que encontré, un chándal y zapatos de deporte, y me dirigí hacia el hospital donde se encontraban los dos, a unos treinta y cinco kilómetros de mi casa. Aquel trayecto se me hizo largo, interminable, agotador. Cuando llegué me encontré con una desagradable escena: mi madre había entrado en coma. Mi padre me dijo que el tumor cerebral había engrandecido y era el causante del estado en que se encontraba. Sabía que un día llegaría su fin. Tenía cáncer de pulmón y con su devastador poder había plagado todo su cuerpo con tumores malignos. Nunca me imagine que sería de aquella manera. Me acerqué a ella, temblando, y lloré, y mientras la acariciaba le dije con balbucientes palabras que yo ya estaba allí, que estuviese tranquila y que… Ya no supe más que decir. El mundo se me derrumbó y tuve que salir de aquella habitación.

Las horas, pasaron, pero la esperanza se mantuvo fija en mi mente, a ésta no la dejaría escapar. No nos abandonaría. No lo permitiría. Ella seguía igual, sólo su respiración daba muestra de una lucha interna que se producía y en la que le era difícil salir victoriosa. Llegó la noche y con ella mi derrota. Hacía más de treinta horas que estaba despierto. Mi agotado cuerpo, mi rostro derrotado y mi mirada, lo decían todo de mí. Era un hijo abatido. Me aconsejaron descanso. Nada podía hacer.

A la mañana siguiente comenzó a respirar mejor. Todos estábamos allí, nuestras esperanzas aumentaban por momentos mientras salía el Sol. Una luz entró por la ventana e iluminó su cara. Casi era molesta, su brillo era poderoso, su fuerza, de otro mundo. Venía de aquel radiante astro que quería iluminar su rostro y mostrarnos toda su belleza. Ella, entreabrió sus ojos y lanzó un reniego. Le incomodaba aquella claridad. Todos nos abalanzamos sobre ella, y lloramos y reímos y nos abrazamos celebrando su reacción. Había vencido a la enfermedad.


En la literatura, el autor, puede elegir el tema con el que va a trabajar. Puede desarrollarlo a su antojo haciendo pasar a sus protagonistas todo tipo de peripecias y vicisitudes y puede escoger el final que mejor se adapte a toda la trama para que su novela obtenga la atención del lector y el éxito deseado.
En la realidad, todo cambia, nadie puede escoger el final. 
En mi primer año como bloquero, esta entrada va dedicada a mi madre que murió de cáncer el 23 de setiembre de 2007. Los hechos fueron los descritos. El final, he elegido el que me hubiese gustado que hubiese sido, pero no fue así. Murió un domingo por la mañana acompañada de sus más queridos seres.
Madre, te echamos de menos.

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