No era un fantasma quien surgió entre la niebla. Jhony caminaba hacia una noche oscura, fría, llena de humedad, las farolas iluminando la acera creando espacios dimensionados y delimitados por la propia luz, como si fuera un área reservada independiente, ajena a los acontecimientos nocturnos. Aunque, a veces, tenían su particular episodio protagonizado por alguien que necesitaba sentirse observado. El humo del Winston que ardía manteniéndose en equilibrio entre sus labios se quedaba por el camino, penetrándole por los espacios vaporosos, libres, de su nariz, mientras que algún efluvio de este gas, con olor a hierba seca, le hacía entrecerrar el ojo afectado. Pisada tras pisada, pensaba que nunca había dejado una misión a medias, sin acabar, sin resolución y aunque sabía que ésta sería la última, intentaría poner todos sus esfuerzos para llevarla a cabo, cumplirla y así mantener su reputación de hombre implacable e infalible. Lo seguían. Y qué. Había oído que todo era una excusa, que poco les importaba si finalizaba o no el “afer”. El objetivo principal, era él. Sabía demasiado. Jhony tenía un sexto sentido, oído de lobo y el olfato del mejor perro podenco. Entre todos lo habían hecho presentir que algo no iba bien y que lo mejor era llegar el primero a la cita y escuchar, a escondidas y con sus aparatos del mejor especialista en espionaje, lo que se cocía a sus espaldas. Lo habían obligado a dejar en depósito su Smith & Weeson del treinta y ocho y le habían facilitado una navaja automática Benchmade con la excusa, según su jefe, que el cliente quería un corte magnífico que sesgara de cuajo garganta y arterias. La víctima, se lo merecía por chivato y bocazas. Cuando llegó, le estaba esperando. El otro, también tenía su particular misión.
- Sé que has de matarme –le dijo Jhony sin titubeos –pero antes… desearía fumarme mi último pitillo.
Le ofreció un cigarro. El otro, lo cogió. El momento lo aconsejaba para aflojar tensiones. Comenzaron a fumar mirándose fijamente a los ojos. Con un veloz movimiento, Jhony sacó la navaja. Dos disparos se oyeron y Jhony se desplomó en el suelo. El que era su verdugo, dibujo una sonrisa en sus labios. Aspiró profundamente el humo de su cigarro saboreando la victoria. El cianuro, hizo efecto. La última víctima de Jhony cayó tendida en el suelo.
Jhony había cumplido su última misión.
Cuando llegó la policía dedujo que había sido un ajuste de cuentas.
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