domingo, 19 de diciembre de 2010

Espíritus Guerreros III.

Vienen hacia mí.
Él y su sable son uno, bonito ejemplo de su armonía, habilidad y destreza.
Un destello del brillo de su hoja ilumina mi retina, y yo, como si de un tigre salvaje se tratara, me sobrepongo a las adversidades e influencias que imponen las heridas a mi cuerpo y reacciono con gran velocidad.
Detengo su ataque mortal.
Son estas situaciones las que hacen de mí ser como soy: un guerrero sobreviviente. Lacero mis carnes al pedirles más velocidad y con un molinete* arremeto contra él.
Oigo el crepitar de las hojas y hierbas secas al ser pisoteadas por nuestros pies.
La riña se vuelve violenta.
Estoy cansado, exánime… ¡Exangüe! más bien diría.
Siempre luchando. ¿Cuándo acabará?
Los borbollones de las heridas derramando sangre han hecho que mi cuerpo entre en el indeseado marasmo de la perlesía, pero yo, en medio de la batalla, inhalo este aire puro que nos envuelve hasta llenar mis pulmones, a punto de la explosión. Me concentro en mi escasa energía y, de ella, aprovecho el máximo para pelear contra mi enemigo. Es lo que aprendí en tierras extranjeras: la concentración y la respiración son tan vitales para tan ardua empresa como es la guerra como la propia valentía.
El ímpetu surge espontáneo de mi cuerpo. Una fuerza conocida es empujada des del más profundo y recóndito lugar de mi interior.
El espíritu guerrero, nunca abandona.
Ahora, es como si renaciera. Es como si surgiera victorioso de una profunda ciénaga que se apoderaba de él y le impedía salir y deshacerse de ese viscoso y pegajoso fango.
Con viveza*, arremeto con un revés* y rasgo sus carnes.
Me mira sorprendido.
Llega mi hora.
Las caras… los rostros de los espectros se transforman. Sus risas y sus chanzas ahora se vuelven diatribas contra mí. Descontentos, gimen y se desplazan con gran nerviosismo por el sofocante y caluroso espacio. Le animan a seguir, a no abandonar.
Inicio un agresivo ataque y elevo el sable a un plano superior que le hace retroceder. Realizo un amago hacia su izquierda. Él, me ataca. Desvió su sable utilizando mi mejor treta: la garatusa.
He señoreado su espada, penetrando en su descuidado espacio vital, hiriéndole de estocada en el pecho por la parte de afuera.
¡Ja! La ha reconocido. Aunque tarde. Me sorprende su descuido.
Ahora desprende, y huelo, otro olor diferente al del sudor. Es su miedo.
Mi excitación aumenta. Es el momento de poner fin a la contienda.
Aprovecho su desconcierto y ataco a pie firme*.
Sinceramente, he utilizado mis escasas fuerzas. ¡Si él lo supiera! Pero he conseguido, con buen tino, acertar su cuerpo.
Mi acero queda clavado en el centro de su pecho partiéndole el esternón.
Sus ojos, inyectados de sangre, abiertos en desmesura, me miran fijamente.
¿Creía tener la batalla ganada? Seguramente.
Los espectros, han desaparecido. Volverán otro día, seguro, cuando yo, otra vez, caiga en flaqueza y desgracia.
Aún está vivo.
He de recriminarle su indecorosa acción llevada a traición como si de un vil villano se tratara. Y aunque se merece de todos mis respetos, por su forma de luchar -ha conseguido herirme como nadie-, la traición es la vileza más grande, de la que un maestro de esgrima debe apartarse si quiere mantener su reputación y honor. Para ello ya están las tretas y los engaños en el arte de la esgrima y el más reputado esgrimista sabe cuándo y cómo utilizarlas.
Le susurro al oído palabras mordaces, siendo cáustico en mi crítica personal. Muere azorado mientras me escucha.
Se desploma.
La hierba seca absorbe su sangre mientras él queda tendido.
No tendrá un digno entierro.
Llamo a mi fiel caballo. Él, ahora, es de vital importancia. Ha de llevarme a la próxima ciudad. Mis heridas no perdonarán ninguna dilación y demora. Mi cuerpo, necesita reparo.
Trato de sobrevivir en un mundo bélico, a veces descabellado, y éstas, mis heridas, son los pagos que por dicha gracia, la subsistencia, un ser divino o diabólico, no lo sé, me impone.
Hasta que se cansará y me requerirá para redimir finalmente mis pecados o pasar cuentas.


Glosario:

Molinete: Movimiento circular que se hace con la lanza, el sable, etc., alrededor de la cabeza, para defenderse a sí mismo y a su caballo de los golpes del enemigo.
Viveza: Es unir lo físico a lo moral para hacer un solo movimiento en el despliegue.
Revés: Golpe que se da con la espada diagonalmente, partiendo de izquierda a derecha.
Atacar a pie firme: Tirar una estocada en el mismo sitio de la posición de la guardia al desplegarse.

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