A diferencia de los pensamientos Sofistas o Socráticos que nos enseñaron a asumir nuestra propia culpa, esta nueva doctrina religiosa impuesta nos enseña que la culpa, el Pecado, es o está motivado por el otro y quien realiza el acto, en este caso el de comérsela, incitado o no, no es el culpable.
Para alejarnos aún más de esa corriente de pensamiento pagano del “Yo culpable”, escribieron e impusieron un Decálogo de Leyes en el que eligieron a la segunda persona como la que había de obedecer esos mandamientos dictados por un único dios puro que, sin embargo, puede exigir el sacrificio de tu hijo: “(Tú) No matarás. (Tú) No robarás. (Tú) No cometerás adulterio”...
Hazlo o no lo hagas, tú.
Venimos de un pasado oscuro, creador de necesarios necios e ignorantes para que todo vaya a un ritmo y hacia un destino. Un pasado alejado de la ética y la moral que esos antiguos filósofos griegos intentaron dejar a nuestro mundo para que nos guiara en nuestros actos, actitudes y pensamientos.
Asumir nuestra propia responsabilidad ante nuestros actos, promulgaba el estoicismo. Aunque divergente, así crecía la sociedad hacia esa forma de pensamiento.
Más próximos, venimos de un cercano pasado dictatorial en el que se prohíbe la palabra y el pensamiento contrario y nos impone y sumerge nuevamente en ese pensamiento doctrinal basado en una religión en el que refuerza la tesis de que la culpa siempre es del otro.
Venimos de un pasado en el que, siguiendo la línea, una persona por ser homosexual se le acusa de estar enfermo, ser diferente, de no corresponder a un prototipo de hombre que a la sociedad se le exige. La culpa, es tuya por ser diferente.
Venimos de un pasado en el que una mujer no puede abandonar a su hombre aunque la tenga como a una esclava, aunque abuse de ella, aunque la menosprecie como persona. La culpa, es tuya por no ser una buena esposa y no saber encontrar la fórmula para que tu marido sea la persona más feliz de este mundo.
El eslogan sigue siendo el TÚ: “Tú, no eres un buen hijo. No eres un hombre, estás algo afeminado”. “Tú, eres tonto porque no apruebas”. “No tienes los suficientes cojones para…”. “Tú, no eres una buena esposa”. “A la mujer se le atrofia la inteligencia”. “Tú, no estás curado de ese idealismo inmoral”. “Tú, no…”.
Uno juzga sobre el otro. El mea culpa va dejando de existir para convertirse en el tua culpa siguiendo ese plan. Se aborrece la autocrítica por parte de un YO como ser imperfecto que es y que algo está haciendo mal.
Nuestra sociedad, prohibida desde décadas del ejercicio de un raciocinio diferente al existente, entra en una democracia para no saber elegir con qué quedarnos más que con lo que, a Ellos, como impuestos aurigas de una sociedad perdida de rumbo que no sabe los siguientes pasos a dar, les interesa.
Siguiendo el guion del TÚ, se extiende de contenido ese nuevo Código que ha de regir nuestra sociedad, dando así rienda suelta a la interpretación condicionada.
Comienzan los asaltos a las arcas donde nadie asume su culpa y prosigue la decadencia de la responsabilidad para dar rienda suelta a una delincuencia desnutrida de ética y moral.
Viendo que resulta mejor alejarse de la responsabilidad se inicia de nuevo la acusación y no la asunción y ya, descaradamente, se asume la primera persona para culpar al otro: “Yo, soy víctima de la Sociedad.” “Robo porque nadie me da lo que necesito”. “No piensas como yo”.
Siguiendo con esa vorágine desbocada de una falta de moral ya casi absoluta, se refuerza el eslogan del “TÚ” culpando a las verdaderas víctimas para justificar de sus actos a los culpables: “Te lo buscaste, ibas con ropa provocativa”. “Vas vestida como un hombre”. ”Te golpeó porque eres maricón”. “Eres la única que se queja de sus actos”.
Como vemos, para reforzar el viejo cartel del “Tú eres el culpable” y que no pierda la fuerza de hacia donde se dirige, se fiscaliza a la víctima poniendo siempre en duda sus palabras, su persona, sus actos, aunque el hecho o las pruebas estén clara y inequívocamente a su favor.
No siendo suficiente, este refuerzo es apoyado por opiniones que lanzan algunos personaje públicos que se les estima imparciales y neutrales creando así la duda y la incertidumbre sobre el populacho. Así, se asume la probable posibilidad de que la víctima tenga también parte de culpa y que el autor se ve forzado y motivado a realizar el acto impulsado por cómo es, cómo viste, cómo va, cómo camina, cómo piensa, la víctima.
Interesadamente, se va perdiendo la esencia de lo ético que es asumir la responsabilidad del “YO” como culpable, como persona que ejerce el acto ilícito, al de “La culpa es tuya”, “TÚ”, motivando ese acto ilícito ejecutado impulsado por cosa externa que lleva a ejercer la acción de un “YO” que se ve autorizado por ese motivo.
Fiscalizar a la víctima, es lo más potente ya que desvía la atención de un público deformado éticamente por una maquinaria construida y elaborada conscientemente desde hace siglos para tal efecto: desviar la atención del “YO” para dirigirla hacia el “TÚ”.
A eso se le suma que nuestro gran Código permite que ese “YO” pueda hablar y expresar ante un público expectante a sus palabras los motivos que le condujeron a ejercer la acción ilícita e inmoral hacia el “TÚ”. Motivos que no tienen ningún límite ético o moral y por ende pueden ir dirigidos a inducir al pensamiento general hacia una crítica que al final les lleve a traer a juicio las acciones u obras de la víctima más que las del autor de los hechos.
Esos antiguos griegos se escandalizarían al ver cómo ha degenerado su pensamiento original de cómo y hacia dónde ha de dirigirse la Sociedad.
Se horrorizarían de ver cómo, una Sociedad que cuenta con una temprana educación, incluso se atreverían a decir con una sobrecarga de información, no está eligiendo adecuadamente y aprovechando para crecer como Sociedad saciada de ética y moral que va dirigida hacia lo correcto, lo responsable y, lamentablemente, está degenerando hacia lo inmoral, incorrecto e irresponsable esgrimiendo el eslogan de que “La culpa sus actos es del otro” y reforzándolo aún mas fiscalizando a la víctima.